¡Mata el estrés con yogur!

yogur

¿Sabías que tomar bacterias de algunos alimentos fermentados y suplementos podría mejorar tu estado de ánimo? ¡Abre tu refrigerador y dile sí al yogur! Hace años, visitar una exposición sobre el aparato digestivo hubiera sido un plan inimaginable, incluso extraño. ¿Qué misterio puede encerrar para que sea atractivo verlo en 3D? En París, la muestra La digestión es la cuestión (en La Ciudad de las Ciencias y la Industria, hasta el 4 de agosto) propone un interesante recorrido por este órgano hasta ahora infravalorado. Se inspira en el best seller del mismo nombre escrito por la científica Giulia Enders (Ed. Urano), un libro traducido a 40 idiomas. Y es que, reconozcámoslo, las tripas son trending topic y de ahí el documental The Gut Movie (la película del intestino estrenada en el 2018), que tiene como reto descifrar la macrobiótica ideal, ese ecosistema formado por 100 billones de bacterias (además de hongos, levaduras y virus) sensibles a los hábitos y con misiones como transformar los alimentos en nutrimentos, fabricar vitaminas y distinguir los microorganismos dañinos. Se ha demostrado que este universo microscópico puede potenciar tratamientos como el de la obesidad, la diabetes, las enfermedades inflamatorias, las autoinmunes u otras neurodegenerativas como el Parkinson. Ahora un nuevo camino explora su influencia en las emociones. Y aquí aparecen los yogures. Hablamos con varios científicos top para que nos expliquen de qué manera te influyen y en qué te benefician.

El otro sistema nervioso

El liderazgo de los sentimientos ya no lo tiene el cerebro. El responsable de este innovador cambio de mentalidad es el neurobiólogo Michael Gershon, El Leonardo del intestino, que en 1998 rebautizó este órgano como “el segundo cerebro”. El científico descubrió que las serpenteantes tripas son inteligentes, tienen neuronas, capacidad emocional e incluso un sistema nervioso autónomo (llamado entérico) diferente del central. Entre ambos se comunican sin parar. Sientes mariposas en el estómago o se te corta la digestión ante un disgusto porque nuestra cabeza está al habla con el intestino y se lo hace saber. Pero recientes investigaciones revelan que este también es responsable de nuestro humor, tolerancia al estrés o capacidad de disfrute. “La microbiota es el conductor del eje intestino-cerebro y contribuye, a través de la producción de neurotransmisores, a una adecuada modulación de nuestras emociones”, apunta el doctor Marcello Romeo, cirujano, PhD en Medicina y Neurociencias por la Universidad de Palermo, y director científico del Center for Experimental Research for Human Microbiome. Ahora se sabe que la serotonina, llamada la hormona de la felicidad, se fabrica en un 95% en el intestino, se libera al torrente sanguíneo y actúa en el cerebro, en concreto en el hipotálamo, donde se controlan las emociones. Algo similar ocurre con otro neurotransmisor, GABA, ansiolítico natural, y con la dopamina, que afecta la sensación del placer.

Bacterias que sanan nuestra mente

El microbiólogo Iliá Méchnikov, Premio No- bel de Fisiología en 1908, fue el descubridor de las bondades del yogur. Sucedió observando a los campesinos búlgaros, que llegaban a los 100 años y tenían un llamativo buen humor. El científico percibió que la leche ordeñada que transportaban por el campo fermentaba de forma natural gracias a una poderosa bacteria, hoy llamada Lactobacillus bulgaricus. Con la llegada de los antibióticos cesaron las investigaciones: cuanto menos bacterias tuviéramos, mejor. Hasta que en 2012, el catedrático en Psiquiatría, Ted Dinan, al frente del APC Microbiome Institute de Cork (Irlanda), inició el revolucionario estudio de los psicobióticos, probióticos orientados a mejorar la psique. “Estos organismos vivos son beneficiosos para personas con una enfermedad mental”, dice Sari Arponen, especialista en Medicina Interna del Hospital de Torrejón de Ardoz (Madrid) y doctora en Psiconeuroinmunología Clínica. Los primeros apuntes señalan que la ansiedad, la irritación o la hiperactividad podrían tratarse con psicobióticos. “Pueden –dice la doctora– reducir el estado inflamatorio provocado por un desequilibrio en la microbiota y que se muestra en patologías neuropsiquiátricas. Además, calman los ejes del estrés activados crónicamente. ¡Qué alivio!

Probióticos a medida

Una mujer deprimida, angustiada, sin energía, con una fuerte alergia al sol y dolores de estómago acudió a la consulta de Jesús Mier, psicólogo pionero en el estudio de las bacterias buenas en España. Llevaba años visitando especialistas y se consideraba irrecuperable. “Con cambios en la dieta, un aporte de suplementos regeneradores de la flora, un entrenamiento en relajación del sistema nervioso y ayuda para que pudiera verbalizar sus recuerdos y hacerles frente, estaba recuperada a los seis meses”, señala el responsable de Vidalia Salud, el Centro de Psicología y Escuela de Bienestar de Santander. Pero la solución no es sencilla: tenemos 100 veces más bacterias en el intestino que células en el cuerpo, ¿cómo dar en la diana del psicobiótico que nos conviene? “Algunos estudios demuestran mejoras con los Lactobacilus acidophilus, L. casei o L. plantarum, y L. helveticus o B. longum, aunque es necesaria la suma adecuada de varios”, aclara Mier. Este tipo de suplementos hay que personalizarlo y escogerlos con precisión. “Si no se selecciona bien la cepa (familia de bacterias idénticas) con un mecanismo de acción concreto, no se va a conseguir el resultado deseado. Además, un análisis de la microbiota fecal puede mostrarnos carencia de bifidobacterias, por ejemplo”, argumenta la doctora Arponen. Según la experta, una persona sana debería reequilibrar sus bacterias dos veces al año. Claro, es un ideal que todos deberíamos tratar de alcanzar, en lo posible...

Qué esperar de un lácteo

¿Un lácteo común del súper podría actuar como un ansiolítico natural? Se investiga para que así sea en el futuro, pero hoy es poco probable. “A diferencia de los suplementos probióticos, que son bacterias de derivación humana capaces de sobrevivir en nuestro intestino durante un tiempo, las de un yogur (Latobacillus helveticus spp. bulgarius) son microorganismos de derivación animal, provienen de la vaca u otras especies, y están habituadas a temperaturas mucho más altas, por eso no son capaces de subsistir y adherirse a la mucosa intestinal”, advierte el doctor Marcello Romeo. En cuanto a los lácteos llamados probióticos contienen cepas capaces de resistir mejor la digestión como Lactobacillus rhamnosus, acidophilus o casei. Hay investigaciones que avalan su eficacia, como un estudio del Centro de Neurobiología del Estrés de Los Ángeles (California) realizado a 60 mujeres sanas que tomaron yogures normales, y el mismo número que optó por los enriquecidos durante dos semanas. Los resultados concluyeron que aquellas que ingirieron los que presentaban mayor número de bacterias respondían mejor frente a situaciones de estrés. Pero la comunidad científica aún recomienda un poco de cautela porque estos no proveen los mil millones de bacterias vivas de una misma familia necesarias para movilizar la microbiota. “Un yogur que indique las especies concretas que tiene en su composición aporta variedad al menos en la parte del tránsito intestinal, pero es probable que su efecto sobre la salud sea escaso”, asegura Sari Arponen. Ocurre algo parecido con los alimentos fermentados de bota, las bacterias beneficiosas que contienen están limitadas a las regulaciones y pocas sobreviven a los procesos de producción. Diferente es el caso del kéfir, la kombucha, el miso o el chukrut preparado de forma artesanal, que producen ácidos y bacterias provechosas que nos protegen frente a las dañinas. Para mantener a flote los microorganismos vivos, las frutas con piel, ciertas verduras y cereales como el trigo tienen un efecto prebiótico que los nutre. Ahora más que nunca “somos lo que comemos”, como dijo Feuerbach. Y aunque solo se conoce el 10% del microcosmo que habita el intestino (poco, ¿cierto?), ya nos ha tocado la fibra sensible.

Date un shot

Cada persona tiene una microbiota en constante evolución y tan personal como la huella dactilar. El estado de ánimo y la salud pueden mejorar ingiriendo estos microorganismos. Los suplementos probióticos suelen incluir varios tipos de bacterias porque, como explica Jesús Mier, experto en psicobióticos, “una suma adecuada logra resultados estables y duraderos”. Lactobacillus Rhamnosus: Un estudio realizado con esta bacteria a embarazadas demostró que disminuía la diabetes gestacional, la depresión posparto y mejoraba la tolerancia a las situaciones de estrés. Lactobacillus Casei: Beneficia a las personas con fatiga crónica y refuerza el sistema inmunitario. Es frecuente encontrar lácteos con estas bacterias. Aunque no lleguen vivas al intestino, la cáscara conserva sus cualidades. Bifidobacterium Infantis: Un experimento de la Universidad de Kyushu (Japón) con ratones reveló que una de sus cepas favorece la res- puesta al estrés y alivia síntomas del Síndrome de Colon Irritable. Bifidobacterium Longum: Un estudio de 2016 analizó a un grupo de 22 personas tomando placebo por un mes y la cepa 1714 de esta bacteria cuatro semanas después reduciendo la ansiedad y mejorando la memoria. Sin código de barras Incluye en tu dieta productos fermentados (que aportan bacterias útiles) o prebióticos (sirven de alimento a estas). Plátanos y manzanas: Contienen fibra y nutren los microorganismos buenos. Pepinillos agridulces: Hay que fermentarlos con agua saturada de sal, no con vinagre. Kéfir: Similar al yogur, favorece la serotonina. Cúrcuma: La virtuosa planta también ayuda a que sobrevivan las bacterias. Cereales integrales: El pan, la pasta y el arroz (no blancos) son fuente de fibra prebiótica. Kombucha: Es el resultado de fermentar té verde con levaduras y bacterias llamadas Scoby. Sopa de miso: Receta japonesa con soja (soya), sal y cereales. Chucrut: Alemán, viene de fermentar el repollo con sal. Higos, uvas y ciruelas: Gracias a su fibra soluble y almidón resistente llegan intactos al intestino grueso. Por: Alejandra Yeregui

Este artículo fue originalmente publicado en nuestra edición:

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