El debate sobre los límites entre lo público y lo privado volvió a estar en el centro de la conversación después de que Belinda denunciara a su expareja por presunta violencia digital y mediática. La cantante presentó la querella ante la Fiscalía de la Ciudad de México, alegando que su expareja difundió información y detalles personales sin su consentimiento, lo que constituye una violación a su derecho a la privacidad y a su imagen.
El caso no solo ha generado atención mediática, sino que también ha puesto sobre la mesa un tema urgente: la violencia digital y mediática. Este tipo de agresión ocurre cuando una persona utiliza plataformas digitales, redes sociales o cualquier medio tecnológico para dañar, exhibir o controlar a otra.
En México, está reconocida legalmente dentro de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, gracias a las reformas conocidas como Ley Olimpia, que tipifican como delito la difusión o exposición de contenido íntimo sin consentimiento.
¿Qué es la violencia digital y mediática?
La violencia digital y mediática va más allá de compartir imágenes o videos privados. También incluye la manipulación, el hostigamiento, las amenazas, la divulgación de mensajes personales y cualquier acción que afecte la reputación, seguridad o bienestar emocional de una persona. Cuando se trata de mujeres —especial, pero no únicamente, figuras públicas— este tipo de violencia adquiere una dimensión de desigualdad, pues el escrutinio social y mediático suele ser más severo hacia ellas.
En el caso de Belinda, la denuncia abre un espacio de reflexión sobre la equidad y los límites del discurso público. Ninguna figura, por más conocida que sea, debería ser objeto de exposición o comentario sobre su vida íntima sin su autorización. La violencia mediática, cuando se usa para humillar o desacreditar, perpetúa estereotipos de género y refuerza desigualdades que van mucho más allá del espectáculo.
Hoy, hablar de violencia digital y mediática no solo significa exigir sanciones, sino también promover responsabilidad en la manera en que usamos la tecnología y consumimos información. La equidad empieza cuando entendemos que la intimidad es un derecho, no un contenido. Y que la libertad de expresión jamás debe usarse como excusa para dañar.