Terminar una relación es complicado. Terminarla y descubrir que tu casa sigue funcionando como bodega emocional es otro nivel. Sudaderas, cargadores misteriosos, libros que nunca leyó, una taza que claramente no era tuya y, por alguna razón inexplicable, un cepillo de dientes que nadie quiere reclamar. Las pertenencias de un ex no solo ocupan espacio físico, también activan recuerdos que nadie pidió.
Antes de tomar cualquier decisión impulsiva, conviene entender algo básico: esos objetos no son inocentes. Cada cosa olvidada funciona como recordatorio pasivo-agresivo del pasado. No hablan, pero pesan. Así que la pregunta no es solo qué hacer con ellas, sino qué necesitas tú para cerrar ese capítulo sin drama innecesario.
La primera opción —la más adulta, aunque no siempre la más satisfactoria— es poner una fecha límite mental. Guardar todo en una caja, lejos de la vista, y decidir que, si no hay noticias en cierto tiempo, el asunto se da por cerrado. Este método evita conversaciones incómodas inmediatas y te da margen emocional. Spoiler: muchas veces nunca regresan por sus cosas.
Otra alternativa es el famoso mensaje breve y neutral. No es una invitación a revivir nada, es logística pura. Una frase clara, sin emojis ni nostalgia, puede resolver el tema rápidamente. Si la respuesta se retrasa más que la relación misma, eso también es información útil.
Cuando la paciencia se agota, entra en juego el método práctico: donar. Ropa en buen estado, libros, objetos útiles. Convertir un recuerdo incómodo en algo que sirva a alguien más tiene cierto efecto terapéutico. No es venganza, es reciclaje emocional responsable.
Luego está la opción que muchas personas consideran, pero pocas admiten: tirar. No todo merece ser conservado, ni siquiera por cortesía. Si el objeto no tiene valor real y solo ocupa espacio —físico o mental—, despedirse de él también es una forma de autocuidado. Nadie está obligado a conservar el pasado en forma de sudadera ajena.
Eso sí, hay una regla básica: evita decisiones motivadas únicamente por enojo. No porque el ex merezca consideración, sino porque tú mereces paz. Actuar desde la calma evita arrepentimientos innecesarios y mantiene el control de la narrativa de tu propio cierre.
Al final, lo que hagas con las pertenencias de tu ex dice menos de esa persona y más de tu momento actual. Resolverlo no significa ser fría, dramática o exagerada; significa que estás lista para que tu casa —y tu vida— vuelva a sentirse completamente tuya.
Porque una cosa es terminar una relación y otra muy distinta es seguir viviendo con sus cosas. Y eso, sinceramente, ya es demasiado.