Durante gran parte del siglo XX, el placer femenino fue un tema envuelto en tabúes, prejuicios y silencios. Los primeros juguetes sexuales destinados a mujeres se conocieron como consoladores, un término que hoy suena anticuado y, en cierto modo, condescendiente, pero entender por qué se les llamó así permite abrir una conversación más profunda sobre cómo se ha concebido la sexualidad femenina y su autonomía a lo largo del tiempo.
El origen del término
El uso de la palabra consolador proviene de una época en la que el placer femenino no se reconocía como una necesidad, sino como un sustituto emocional frente a la ausencia de un hombre. Bajo esa mirada, el objeto no existía para brindar placer propio, sino para consolar la falta de una figura masculina.
Durante los siglos XIX y XX, la idea de que una mujer pudiera explorar su cuerpo sin mediación masculina era impensable. De hecho, algunos de los primeros dispositivos con vibración eléctrica se usaban con fines médicos ya que se prescribían para tratar la llamada histeria femenina, un diagnóstico inexistente que servía para controlar cualquier expresión emocional o sexual fuera de lo aceptado.
Del tabú al empoderamiento
Con el paso de las décadas, el término consolador fue perdiendo vigencia, reemplazado por vibrador, una palabra que reconoce la función real del objeto sin connotaciones paternalistas. La diferencia semántica no es menor, mientras consolador parte de la carencia, vibrador parte de la acción, del cuerpo y del placer.
Este cambio refleja un giro cultural importante. Hoy, los juguetes sexuales se asocian con bienestar, salud mental y exploración íntima. Han pasado de ser símbolos de soledad a herramientas de conexión con una misma. Marcas de lujo, revistas y hasta clínicas ginecológicas los incluyen en conversaciones abiertas sobre sexualidad responsable y autoconocimiento.
Un cambio de mirada
El lenguaje, al final, revela los valores de una época. Que hayamos dejado de decir consolador significa más que una actualización terminológica, es el reconocimiento de que el placer femenino ya no necesita justificarse ni esconderse tras eufemismos.
El placer no consuela, afirma. Y en esa afirmación, las mujeres han reclamado algo más grande que un objeto, se trata del derecho a sentirse dueñas de su cuerpo, de su deseo y de su narrativa.