“Sobreviví al cáncer de mama” Cristal Montes

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Texto por Mayte F. Tepichín

Hazte la mastografía y no te confíes por no tener antecedentes familiares, el cáncer de mama puede atacar a cualquiera. Soy su mamá. Tengo 49 años y, además de Gala, tengo otra hija llamada Crista y también una nieta. Me encantan los animales, principalmente los perros. Soy una mujer soltera, me separé hace 14 años y he sacado adelante a mis hijas yo sola. El trabajo de actriz que ahora tiene Gala Montes y el mío surge por necesidad. Empezamos a trabajar como extras en diferentes producciones, vi que a ella le gustó la actuación y de ahí seguimos adelante. Siempre iba con ella a los castings y grabaciones, porque de otra forma había que buscar quién la acompañara y cuidara para irme a trabajar. Así fue como encontré la forma de colaborar con ella y me convertí en su manager por mucho tiempo. UNA PRIMERA VEZ Hace tres años (2015), Gala estaba grabando la serie El Señor de los Cielos y regresando de Miami a la Ciudad de México pensé“"no me he hecho la mastografía”, entonces decidí que como teníamos unos días de descanso aprovecharía mi tiempo libre para ello. De hecho, fui al laboratorio pero ya habían cerrado esa sucursal, sabía que no debía perder más tiempo y busqué en Internet otro laboratorio que estuviera abierto, hablé para saber si me la podían hacer ese mismo día y pude tener mi cita. Mi insistencia se debió a que sé que las personas que tenemos arriba de 40 años debemos hacernos la mastografía una vez al año, aunque estaba tranquila porque no tenía antecedentes de cáncer, ni bolitas, ni problemas de ese estilo. Entonces me llamaron del laboratorio para decirme que no se apreciaba bien una imagen y que debían repetirme el estudio. Así fue, sólo que me lo realizaron con mucho mayor detalle. Cuando recogí mis resultados y los leí, no entendí nada porque no estaba familiarizada con esas palabras, pero tenía BI-RADS 3. Como ya estaba inscrita en la Fundación de Cáncer de Mama (FUCAM), fui para saber qué tenía, me realizaron una biopsia y todos los estudios pertinentes. Ahí el doctor me dijo: “Tienes cáncer”. No tenía ningún síntoma. De hecho, en el pasado, mi médico me comentó que tenía una bolita fibrosa por la que debía realizarme la mastografía una vez al año y revisar que no cambiara de tamaño; sin embargo, esa bolita no presentaba ningún cambio en ese momento, el cáncer lo tenía en la otra mama y no era palpable, no se sentía nada al tacto. Debían operarme y el médico me recomendó quitarme toda la mama para evitar las radioterapias. Tuve carcinoma ductal in situ, es decir, un tipo de cáncer no invasivo y en etapa cero. Me quitaron cuatro ganglios y, bendito Dios, esa vez no me dieron ningún tratamiento porque me detectaron el cáncer en una etapa muy temprana. Ni tratamiento hormonal necesité. Sí me impactó el diagnóstico, pero en esa ocasión me fue bien. Debía seguir en supervisión cada tres meses para asegurarnos de que el cáncer no regresara... pero no fue así. Relacionado: “Celebridades que luchan contra el cáncer de mama” ÉXITO Y UNA RECAÍDA Era 2017, a Gala le habían dado un papel protagónico y nos íbamos a ir a Miami nuevamente. Había muchas cosas qué resolver en México, como con quién dejaría a mis perros y, por supuesto, mi cita con el oncólogo. Me tocaba hacerme la mastografía en dos meses, pero quería dejar todo listo y la adelanté. Me realizaron el estudio y esa bolita fibrosa que tenía en la mama derecha había crecido, pero como había bajado de peso pensé que por eso se sentía más. Como me revisaba cada tres meses no me preocupé. Sin embargo, me realiza- ron un ultrasonido de complemento y me di cuenta de que checaban y checaban la misma zona y no me decían nada. Ese día, aunque no contaba con los resultados, me atreví a decirle a Gala que creía que me habían encontrado algo. "¡No me digas que otra vez es cáncer!”, me comentó con angustia. “No nos adelantemos, mejor esperemos resultados”, le dije para tranquilizarla. Todo era incertidumbre, me mandaron a hacer una biopsia y debía esperar otros 20 días. Al cumplir ese periodo confirmaron mis sospechas: era nuevamente cáncer. Y no es que haya regresado, sino que se trataba de otra forma de cáncer, ahora en la otra mama. UNA NUEVA BATALLA Me sentí fatal, en ese momento no quería arruinarle el proyecto a Gala, pero tampoco podía irse sola porque era menor de edad, así que le dije al doctor: “Opéreme y listo, no le tengo miedo a la cirugía”. Se sorprendió porque me estaba dando una noticia de cáncer y yo estaba muy efusiva, aunque sentí un balde de agua fría, tenía prisa por resolver el asunto. Obviamente, me hizo ver la realidad, después de la cirugía debían ver qué tratamiento darme en esta ocasión. Me sentía muy optimista, pues pensaba que iba a ser lo mismo que la vez pasada. Ya en mi casa me pude desahogar, pues estando sola el miedo sale a relucir, es cuando te acercas a Dios y le pides que te ayude. Es un cúmulo de nervios, ansiedad y temor de volver a enfrentar todo eso. No me asusté tanto por la operación como la vez pasada, porque ya sabía a lo que me enfrentaba con una operación de esas, lo físico no me importaba, me preocupaba el tipo de tratamiento y que no me encontraran más cosas. UN PROBLEMA RESUELTO Me detectaron este nuevo cáncer en una etapa temprana, no estaba avanzado. Pasó como un mes de la operación y me dieron el resultado final, pues se debe analizar hasta dónde llegó el cáncer, si se había infiltrado, si se hizo metástasis, qué tipo de tratamiento te van a dar, etcétera. Y en medio de todo esto, Gala ya tenía que irse a Miami y no podía acompañarla. Debía encontrar una tutora, pero no era sencillo, ese alguien debía dejar su vida en México para cuidar a una niña en otro país; además, tenía que pagarle. Pero Dios acomodó todo. Me acababan de operar, fue a visitarme una amiga a la que casi no frecuento y llegó con su hermana, salió el tema de Gala y su viaje y me sorprendió cuando dijo: “Si quieres yo puedo ser la niñera de tu hija”. ¡Todo estaba resuelto! Sin embargo, Gala ya no quería irse porque me quería dejar en medio de todo el caos de la enfermedad. "¿A qué te quedas? Si me voy a curar porque te quedas, entonces no te vayas, pero debes seguir tu camino”, fueron mis palabras frente al deseo de mi hija de permanecer a mi lado. Es terrible esta enfermedad, detienes todos tus planes, les arruinas la vida a tus hijos, ¿a quién le gusta cargar con un enfermo? Considero que a nadie. UNA LUCHA EN SOLITARIO Llevé a mi hija al aeropuerto y sentí que se me iba el alma. Ya la había enviado al extranjero a estudiar, pero bajo estas condiciones no, y empezó lo duro de todo esto: tener que enfrentar la enfermedad sola. Le echaba porras a mi hija a distancia y ella me monitoreaba todo el tiempo... ¡me hablaba 25 veces al día! Hasta le decía: “Ya no me llames tanto, déjame dormir”. Me dijeron que me iban a dar un tratamiento preventivo porque mi cáncer era infiltrante y podía hacer metástasis, me darían cuatro quimioterapias fuertes para prevenir, pero no podía empezar con el tratamiento pues, aunque la cirugía resultó exitosa, se acumuló mucho líquido en la mama. Me drenaban con una jeringa y, aunque no era peligroso, el doctor no me podía estar picando porque me podía infectar, entonces me puso una manguerita muy estorbosa e incómoda. Pasaron dos meses así y pude empezar con la quimioterapia. Este camino lleno de angustia inicia desde que te pasan a consulta médica y te dan un documento para firmar, en el que aceptas los riesgos del tratamiento, que hay secuelas. CAÍDAS QUE DUELEN La quimioterapia te tumba en la cama de cuatro a cinco días, en mi caso me la pasé durmiendo, cansada, mareada... Te sientes fatal, te dan ganas de vomitar, te duele todo y al cuarto o quinto día, ya empiezas a moverte. En mi primera quimioterapia identifiqué todo lo que iba sucediendo, del día 10 al 20 empezaron las primeras consecuencias: se me resecó la piel y se me cayó el pelo. Que tu cabello se quede en tus manos sólo de tocarlo es terrible, es un gancho a la vanidad. Preferí cortarlo chiquito, porque lo tenía largo. Gala tiene un salón de belleza en la Ciudad de México, pero no fui ahí porque no quería que me hicieran preguntas. Fui a otra estética y tuve que darme valor para llegar al mostrador y decir: “Me quiero rapar”. Por supuesto, me hicieron la pregunta que no quería escuchar: "¿Por qué quieres cortar tanto?”... “"Porque tengo cáncer”, contesté. Me pasaron la máquina para afeitar, el ver cómo va cayendo tu cabello al piso es muy duro. Le dije a mi hija Crista que me grabara, pero no para recordar ese momento, sino por que buscaba desconectar mis sentimientos, no quería llorar porque mi hija se iba a quebrar más. Fue muy duro para mí salir de ahí con la cabeza cubierta con un paliacate. Aunque mi hija me daba ánimos, lo único que quería era llegar a mi casa, meterme a la cama y llorar sin parar. Así lo hice, pero también llegó un momento en que ya no podía derramar una lágrima más y me dije: “Ok, ya no tengo pelo, todo esto es para salvarme y ni modo”. Empecé a hacerme a la idea de que todo esto es temporal, si la quimioterapia estaba tirando mi cabello, esperaba que hiciera eso con mis células enfermas. UN DRAMA MÁS Después de 21 días llegó la segunda quimioterapia y fue todo un tema. Estaba platicando con la señora de junto mientras me aplicaban el medicamento, pero de repente me empezó a picar todo el cuerpo y el brazo se me puso rojo. De inmediato, cerraron el paso del medicamento y sentí que mis piernas perdían fuerza. El doctor me preguntó si me habían puesto todos los antihistamínicos y le contesté que sí, eso es lo que hacen para que no sufras una reacción alérgica. Pasaron unos minutos e intentaron de nuevo ponerme el medicamento, esta vez se me empezó a hinchar la mano como un guante de béisbol, la garganta se me cerró en cuestión de segundos y otra vez a parar. Llegaron los doctores a calmarme y me aseguraron que ya estaban analizando qué otro tratamiento darme, pero dijeron que lo más seguro era que necesitaran ponerme... ¡12 quimioterapias más! Empecé a quejarme y una doctora me hizo saber que no estaba bien querer controlar toda la situación, que era indispensable ubicarme. Le dije a Dios: “Si me quieres tirada en una cama, pues así estaré, y si no quieres que vaya con Gala, pues no voy y punto”. Estaba bien enojada, pero aun así, a partir de ese momento crecí espiritualmente y empecé a valorar cada detalle de mi vida. En ese segundo día de quimioterapia me derroté en mi afán de querer controlarlo todo. Finalmente, los médicos analizaron mi caso y llegaron a la conclusión de que me darían cinco quimioterapias más, pero menos agresivas para evitar reacciones. La lucha seguía. Relacionado: "¿Cómo es tener cáncer de mama a los 28 años?” LA BATALLA GANADA Las siguientes quimioterapias transcurrieron con la normalidad habitual, de tenerte tumbada una semana y reponerte después. Pero al llegar la última hubo una nueva complicación. Cada que te meten la quimio, te hacen análisis previos para checar si tus defensas no están tan bajas, pues si es así, no te la pueden dar. Eso me sucedió, mi sistema inmune la estaba pasando mal, pero mi doctora me mandó unas inyecciones que se ponen en la pierna y que suben las defensas rapidísimo, pero que te dan una reacción terrible: sientes el cuerpo cortado y hasta me dio fiebre. Pasaron unos días, regresé con la doctora con las defensas altas y al fin acabé, me pusieron mi última quimioterapia el 6 de marzo de 2018. Diez días después me iría a Miami y no hubo mejor regalo de cumpleaños que acabar mis quimios e irme allá con Gala; llegué y ella me celebró mucho, me recibió con globos, regalos, fiesta, comida, comimos como tres días de tanto festejo que me había hecho. Ahí es cuando uno empieza a valorarlo todo, la doctora me recomendó que me pusiera las inyecciones para subirme las defensas, le di gracias a Dios y gracias a la vida. TRATAMIENTO REAL Cuando la gente se entera de que tienes cáncer, todos te hablan para darte un remedio: me ofrecieron bichos chinos, bicarbonato con limón, etcétera. Sin embargo, la quimioterapia es el único tratamiento para combatir el cáncer y doy gracias a Dios de que exista, a pesar de sus secuelas, A mí me daba frío, se me adelantó la menopausia y mi memoria se afectó, de repente no me acordaba adónde iba. La comida no me sabía bien, la garganta se me llenaba de llagas, todo me daba mucha comezón. Tenemos que aprender a vivir con eso, pero vale la pena. MI MENSAJE ES… Gala me abrió un Instagram con el nombre de @sargentomatute y mucha gente se ha acercado a mí. Decidimos iniciar una plática para hacer conciencia del cáncer de mama. Gala dio su testimonio como familiar de una persona con cáncer, porque siempre habla la sobrevi- viente, pero nunca habla el hijo. El mensaje que damos es que el 16 de marzo renací, de cómo lo feo lo transformamos en una experiencia positiva, mi hija y yo hoy estamos más unidas. Hoy por hoy doy gracias a Dios, valoro cada detalle de la vida, me siento feliz por poder subir y bajar las escaleras sin cansarme, por salir a la calle, respirar, disfrutar la luz del sol y por no verme enferma. A veces veo gente discutiendo y decir cosas como “no tengo dinero”. Yo pienso ahora que eso no importa si tienes dos manos, dos pies, una cabeza y estás sana. Invito a todas a que se hagan la mastografía cada año, yo sin ella no me hubiera dado cuenta del cáncer, pues yo tenía microcalsificaciones que con el tacto no sentía. Evitemos el diagnóstico en etapas avanzadas para que podamos ganar esta dura prueba.

Esta nota apareció primero en la edición de diciembre de Familia Saludable
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