Para entender la importancia que tienen un par en la vida de una mujer, solamente hace falta remontarnos a los cuentos de Cenicienta, Dorothy o hasta Carrie Bradshaw. Un par de Prada no son sólo eso, son la extensión de nuestra personalidad y de cómo queremos que el resto nos conciba. Como dijo Marilyn Monroe: “Dale a una mujer los zapatos adecuados y conquistará al mundo”.
Pero esto no es sólo un tema de moda, las zapatillas nos acompañan a través de la historia de la revolución femenina, que como legado nos dejaron la gran responsabilidad de preguntarnos: ¿realmente entendemos qué significa ponernos en los zapatos de las demás? Además de Marilyn, otros ejemplos de mujeres increíbles incluyen a Marie Curie, Coco Chanel o celebridades como Madonna, quienes tuvieron vidas amorosas complicadas, sufrieron discriminación y lucharon incansablemente por preservar lo más sagrado de su identidad, triunfando notablemente al dejar su huella en la humanidad como muestra de su inquebrantable perseverancia. Para nosotras hoy día, en pleno año 2018, cuestiones como votar, elegir pareja y carrera son naturales e inherentes, ya que nacimos en la gloriosa era de la igualdad, pero cuestionemos los pasos que estamos siguiendo: ¿Son los propios o los mismos que nos han cargado la difícil tarea de ser la mujer perfecta? Porque a veces, ser la wonder woman multitask de tiempo completo no es suficiente. Seguimos tratando de cumplir al pie de la letra los pasos de nuestras antecesoras, no sólo tenemos que ser la madre ejemplar cuya familia ahora, además debe desarrollarse en un ambiente propedéutico y al nivel de las competencias que la globalización exige, también debemos ser la administradora del hogar intachable, cuya educación financiera le permite balancear los gastos, ahorros y planes para el futuro, aun cuando sean tareas compartidas suponen presión suficiente, y lo que a nuestras abuelas rara vez les tocaba: sobresalir en el mundo de los negocios. Bendita modernidad y tecnología que facilita las labores; sin embargo, estamos jugando malabares con la carrera profesional que antes sólo era propia de un hombre, nuestro rol 360° en la sociedad siendo mujer ejecutiva, emprendedora, madre, esposa, amante, hija, amiga, hermana y todo esto: con el maquillaje intacto, en tacones de 15 centímetros.
Parece imposible resistirse a compararnos con otras mujeres, la hermandad es fuerte, pero nuestro instinto de competitividad lo es más –llevándonos al extremo– porque entre chicas somos capaces de hacernos trizas, rechazarnos, descartarnos y, si estamos ‘entre amigas’, somos las depredadoras perfectas: no hay quien logre escapar ileso a las minuciosas revisiones de imagen de un grupo de mujeres, porque estamos casi obligadas a salir a la calle cuidando cada detalle según lo que dictan las tendencias, al punto de olvidar que a la primer persona que debes agradar es a ti misma. Pero sabes que desde las pestañas hasta el grosor adecuado del cinturón y el color de tus accesorios van a ser examinados con lupa mientras esperas cuidando la postura en la la del Starbucks ¡basta! No es signo de superioridad evidenciar todos los defectos de una persona, es un foco rojo gigante de autojustificación, chicas Cosmo, subamos nuestra autoestima de la manera correcta, “sororidad a quien sororidad merece”, esto es amistad fraternal entre mujeres, que debe ganarse por medio de nuestra grandeza, no mediante nuestra habilidad para desdeñar a las de nuestro propio género.
Las chicas nos sabemos poderosas y seguras, podemos construir puentes de confianza, edificar ciudades y, básicamente con la motivación adecuada, no hay poder sobre la faz de la Tierra capaz de detenernos. Estamos preparadas para recibir y curarnos de las heridas que nos dejan los hombres, pero nunca te preparas a la decepción de perder a tu mejor amiga, de no poder ser la nuera ideal o tal vez lo más doloroso, no ser la hija perfecta que quería tu mamá. Enfrentarse al juicio, a la trágica consecuencia moral de no cumplir esas expectativas, te llena de miedos y ése es el motor de reprobar a todas las mujeres a tu alrededor, que cargan con sus demonios tratando de dar el ancho igual que tú...
Esa mujer que estás criticando despiadadamente, está ha- ciendo el mismo esfuerzo descomunal para llenar esos zapatos de chica maravilla que pertenecían a sus antecesoras, de la misma manera que tú lo haces; te sorprendería saber que tal vez la presión es de la misma talla. “No puedes juzgar a alguien hasta no caminar una milla en sus zapatos”. ¿No deberíamos ser nosotras mismas las que salgamos en defensa de otras mujeres antes de devorarlas por lo que traen puesto, por su manera de maquillarse, la marca de sus zapatos o las decisiones que toman? Ya no estamos en la época de salir al campo de guerra como Juana de Arco, pero sería increíble cambiar al mundo librando las pequeñas batallas de tolerancia y la solidaridad. Antes de salir de casa, elige los zapatos que te van a acompañar a poner los pies en la tierra y con ellos la actitud que vas a darle a la vida y a ti misma.
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Por La Fatshionista