Generación ‘perrhijos’: ¿por qué lo millennials prefieren tener perros a tener bebés?

La generación millennial ha cambiado la idea de familia: hay más perros que bebés y detrás de esa elección hay afecto, independencia y una nueva manera de comprometerse

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Generación ‘perrhijos’: ¿por qué lo millennials prefieren tener perros a tener bebés?

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Las estadísticas no mienten, en México como en muchos otros países, hay una clara tendencia: según el INEGI, más del 70% de los hogares tiene al menos una mascota, y en las grandes ciudades y los nacimientos disminuyen año con año. ¿Qué está pasando? No es solo una moda, se trata de un cambio cultural profundo. La llamada Generación ‘perrhijos’ —jóvenes adultos que eligen criar mascotas en lugar de tener hijos— redefine lo que significa formar familia en el siglo XXI.

El amor en tiempos de autonomía

Las razones van más allá de la economía, aunque el dinero sí importa ya que criar un hijo cuesta cientos de miles de pesos, mientras que cuidar un perro o gato, aunque también implica inversión, se percibe como un compromiso más manejable. Pero el fondo del fenómeno tiene que ver con la autonomía emocional.

Las nuevas generaciones crecieron en un contexto de inestabilidad laboral, incertidumbre climática y relaciones líquidas, coff, coff. Frente a eso, una mascota representa una forma de amor constante, accesible y libre de juicios. Es cariño sin exigencias, sin expectativas sociales y sin la presión de cumplir un rol.

Cuidar de un animal se ha convertido, para muchos, en una forma de maternidad o paternidad simbólica. Se alimenta, se educa, se protege y se disfruta incondicionalmente sin renunciar a la vida profesional, al tiempo personal o a la movilidad. Es un amor que cabe en la agenda contemporánea.

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Cuidar un perro o gato es un compromiso más manejable

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Menos hijos, más vínculos emocionales reales

La llamada crisis de natalidad no puede entenderse solo como un rechazo a tener hijos. Es también una reacción a la falta de redes de apoyo, los costos de vivienda, la carga mental y las nuevas prioridades afectivas. Para muchas mujeres, decidir no ser madre no significa desamor, sino un acto de autocuidado y libertad.

Las mascotas, en ese contexto, funcionan como una extensión de esa independencia, es decir, esa compañía afectiva que no compromete el proyecto de vida. De hecho, hay parejas que posponen —o incluso sustituyen— la idea de tener hijos con la adopción responsable de un perro o gato con rituales equivalentes como fiestas de cumpleaños, sesiones de fotos, seguros médicos y hasta guarderías caninas.

No es casual que el término perrhijo haya dejado de ser irónico y se use con orgullo. Es el reflejo de una generación que no mide el amor por la descendencia, sino por el vínculo.

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Menos hijos, más vínculos emocionales reales

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Las familias se redefinen

Hoy, formar familia ya no implica matrimonio ni hijos. Implica cuidado, convivencia, respeto y elección. Los perrhijos son el símbolo de una época que privilegia la empatía sobre la obligación. En muchos casos, tener una mascota ha ayudado a combatir la soledad, la ansiedad y la desconexión social, problemas que crecieron tras la pandemia.

Cuidar de un ser vivo no humano se ha convertido en una forma terapéutica de mantener rutinas, sentido de propósito y conexión emocional. Es una relación que da estructura y afecto, pero también refleja una búsqueda más grande, la de un amor posible en medio de un mundo incierto.

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Hoy, formar familia ya no implica matrimonio ni hijos

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Más que una moda, un síntoma cultural

La Generación ‘perrhijos’ no está huyendo de la responsabilidad; la está reconfigurando. Sus decisiones cuestionan un modelo familiar que ya no representa a todos. La idea de criar y cuidar sigue viva, pero ahora incluye otras formas de vida igual de importantes.

Si bien, tener un perro no reemplaza a un hijo, sí redefine lo que entendemos por hogar, por amor y por futuro. Detrás del meme y del término popular hay una verdad más íntima y es que queremos cuidar, pero sin perder libertad; queremos amar, pero sin repetir viejos moldes.

En el fondo, los ‘perrhijos’ no son un síntoma de egoísmo, sino de evolución afectiva. Son el reflejo de una generación que no teme amar distinto, aunque el mundo aún no sepa cómo entenderlo.

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