A estas alturas de la vida, no es un secreto que muchas mujeres no llegan al orgasmo con la misma frecuencia que los hombres durante el sexo. Y aunque por años se ha intentado justificar esta diferencia desde lo biológico, lo cierto es que la ciencia y la experiencia apuntan en otra dirección.
A nivel físico, el cuerpo de la mujer está completamente equipado para sentir placer, por lo que es absurda la idea de que hay una razón biológica que nos impida tener orgasmos con la misma intensidad y frecuencia que los hombres.
El verdadero culpable muchas veces tiene más que ver con lo cultural que con la anatomía. A lo largo del tiempo, la sexualidad se ha contado desde una perspectiva masculina, donde el orgasmo del hombre es lo que delimita el final de un encuentro íntimo.
Por lo que muchas veces (si no es que la mayoría) el placer femenino se deja en segundo plano. Desde pequeñas, muchas aprendemos que el deseo propio no debe incomodar, que el sexo debe girar en torno a la pareja, y que nuestro papel es más de complacer que de explorar.
Esto ha dado pie a una cultura sexual en la que el placer masculino se asume como derecho, mientras que el femenino se ve como opcional. Es por eso que muchas mujeres se acostumbran a fingirlo, a evitar hablar de lo que nos gusta o a conformarnos con una experiencia que no termina de ser satisfactoria. No porque queramos menos, sino porque se nos ha enseñado a pedir menos.
Cerrar esta brecha orgásmica implica mucho más que conocer bien nuestro cuerpo. Significa empezar a hablar sin miedo de lo que queremos, a normalizar el deseo femenino, y a reconocer que el placer no es un lujo, sino una parte fundamental de una sexualidad sana y recíproca.