Un día sin pensarlo, me encontré con mi ex, Joe, en Tinder. Estuvimos juntos durante cinco años y nos habíamos separado un par de años antes. Feliz de ponernos al día, acepté reunirme con él para tomar una copa. Después de tres ginebras, estaba claro que todavía nos atraíamos.
Nuestra vida sexual había sido divertida pero seguía un “menú fijo”. Joe me movería a diferentes posiciones, diciéndome exactamente lo que iba a hacer. Le excitaba ser dominante y amarrarme, teníamos una suave cuerda negra en el buró. En ese momento, me gustaba: tenía 23 años y solo había tenido sexo con cuatro personas, en cambio él era más experimentado.
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Pero cuando terminamos, comencé a masturbarme más. Me di cuenta de lo que me gustaba en la cama, y eso no era solo dar vueltas de un lado a otro.
Organizando una cita nuevamente en un bar de cócteles una semana después de nuestra primera reunión, la conversación rápidamente se volvió sexual. “Me estoy imaginando lo que voy a hacerte”, escribió Joe.
Pero esta vez, necesitaba tomar el control. Estaba cansada de que me dijeran qué hacer. Busqué en Google “kit de bondage”. Pedí un set. Aunque me sentía nerviosa por él, también pensé en la cara de Joe cuando lo atara.
Tenía toda la noche planeada, desde mi atuendo, un revelador sujetador sin copa debajo de un body de malla transparente, hasta las bragas sin entrepierna que le di en la mano cuando llegué al bar. En mi voz más firme, le exigí que fuera al baño y se las pusiera.
Al principio estaba nerviosa, pero no dejé que se notara, tomando whisky de fondo para que me diera coraje. Después de una hora de tensión sexy, me di la vuelta y le dije, “Vendrás a casa conmigo y yo tomaré el control”. ¿Su respuesta? “Sí, señora”.
Corrimos hacia el taxi. Una vez en casa, llevé a Joe a mi habitación y le dije que se quitara la ropa, dejando solamente las bragas puestas. Empujándolo suavemente sobre mi cama, guié sus muñecas y tobillos hacia unas cuerdas que había colocado antes, y puse una venda de cuero sobre sus ojos.
Ligeramente trazando las yemas de mis dedos sobre sus muslos, vi como su pene se tensaba contra el encaje de mis bragas. “¿Estás listo para darme lo que necesito?”, pregunté. Por dentro todavía me sentía un poco temblorosa, pero mi voz sonaba fuerte y segura. Cuando Joe asintió con entusiasmo, me sentí alentada.
Poniendo una pierna a cada lado de su cabeza, me agaché sobre su rostro y jalé mi ropa interior a un lado. “Tienes un sabor increíble”, gimió mientras yo balanceaba mis caderas de un lado a otro. Su lengua de arremolinó hasta que me sentí cerca del orgasmo. “Todavía no”, pensé.
Levanté su pene del encaje y lo llevé a mi boca. “Oh, joder”, gimió. Cuando su respiración se aceleró, giré hacia vaquera inversa. Me asegura de que sintiera cada centímetro de sí mismo deslizarse dentro de mí.
Soltando su muñeca izquierda, le ordené a Joe que acariciara mi clítoris mientras lo montaba. Cuando me estaba acercando, me recosté para quitarle la venda y le dije: “Puedes venirte ahora”. Joe me empujó más fuerte cuando llegó y sentí que la onda de un orgasmo se extendió a través de mí. Duró lo que parecieron minutos, dejándome totalmente sin palabras.
Después, Joe dijo que siempre había fantaseado en secreto con ser dominado, y que le encantaba renunciar al control. “Esta no será la última vez”, le respondí. Terminamos volviendo a estar juntos e incluso vivimos juntos durante un año, antes de romper de una vez por todas.
Este artículo fue originalmente publicado en Cosmopolitan UK