Texto por: Ella Snyder
Traducción: Regina Baderas
Una vez, cuando iba en primer año de universidad, salí en una tercera cita con un chico llamado Matthew. Era 2017 y nos habíamos conocido en Bumble. Él era modelo, lo cual activó de inmediato mi radar de “Power Couple”, algo que realmente me importaba en ese entonces, justo cuando yo estaba empezando mi propio camino en el modelaje.
En ese momento, aún no había salido del clóset oficialmente, y había algo emocionante en no decir que era una mujer trans en las apps—en simplemente tener citas como una mujer, sin una historia complicada detrás, en vivir la vida que siempre he sentido que me tocaba vivir. Siempre he tenido el privilegio de “pasar”, es decir, de parecer una mujer cisgénero, y revelar que soy trans era algo que solo hacía cuando una relación se acercaba a la intimidad física. (Reconozco completamente que eso me dio—y me sigue dando—un nivel de seguridad que no todas las mujeres trans tienen.)
Mis dos primeras citas con Matthew habían sido divertidas, y para la tercera fuimos a un restaurante chino elegante en el barrio chic de Chelsea, en Nueva York, junto con sus colegas modelos. Me sentía glamurosa al estar rodeada de piernas larguísimas y rostros perfectamente simétricos. Matthew estaba atento y parecía orgulloso de estar conmigo, y conforme avanzaba la noche, la conversación se tornó hacia los mayores miedos de cada quien. Alguien mencionó ataques con ácido que desfiguran la cara, otros hablaron de invasiones a casa.
Yo compartí que mi mayor miedo era mi propia desaparición. Entonces Matthew anunció que el suyo comenzaba con la letra “T”. Entre las suposiciones que gritaron estaban tigres, terrorismo y tsunamis. “Peor”, respondió él. “¡Transgéneros!” En mi mente, toda la mesa lo rechazaba de inmediato por su odio. Pero en realidad… no pasó nada. Mientras la sangre se me iba del rostro y el corazón se me caía al estómago, el resto de la mesa apenas reaccionó. Algunos de los modelos hombres incluso asintieron. Nadie dijo una sola palabra en defensa de la comunidad a la que no sabían que yo pertenecía.
De pronto me aterraba que todos pudieran verme tal como soy. Y mientras una ola de inseguridad me invadía, también me frustraba cada vez más darme cuenta de mis propios puntos ciegos. ¿Cómo terminé en una tercera cita con alguien transfóbico? Fingí una emergencia y me salí de ahí, texteando furiosa a cada persona trans que conocía en busca de apoyo y comprensión.
De regreso en mi dormitorio, bloqueé el número de Matthew y tomé la decisión de poner un marcador de género, “mujer trans”, en mis perfiles de citas. Aunque no estuviera fuera del clóset públicamente, al menos lo estaría en esas apps. Dos años después, en una relación mutuamente trans (o T4T) y enamorada por primera vez, fui un paso más allá. Inspirada por la apertura de mi entonces novio, subí un nuevo video a mi canal de YouTube titulado “SOY TRANSGÉNERO” para mis más de 100 mil suscriptores.
Segura de mí, pensé que el internet haría su magia y, gracias al algoritmo, esa verdad llegaría automáticamente a cualquiera con quien pudiera toparme en el futuro. Trabajo terminado: ya había salido del clóset y no tendría que hacerlo nunca más.
Excepto que eso no fue lo que pasó
A medida que he seguido saliendo con gente, he aprendido que el trabajo de salir del clóset —y de protegerte en el proceso— nunca termina realmente. Y que, haga lo que haga, la carga sigue siendo casi completamente mía.
Gracias en parte a este momento político tan cargado, en el que las voces de odio están tan empoderadas, he tenido que desarrollar un proceso de selección súper minucioso (investigación profunda en Google, revisión completa de redes sociales; sí, te voy a stalkear para detectar cualquier señal de transfobia). Pero incluso así —y aunque mi identidad de género sea completamente rastreable en internet y en las apps— todavía me encuentro con citas que no han hecho ni la mitad del esfuerzo.
Una vez salí con una “estrella” del canal Disney (en realidad era más como un extra recurrente) que conocí en Raya, y dijo algo que dejaba clarísimo que no tenía idea de que yo era trans. Salí del clóset ahí mismo… y pasé el resto de la cita viendo cómo decidía si estaba dispuesto a salir con una chica como yo.
Estos momentos pueden ser incómodos o difíciles, pero también me han enseñado a mantener la mente abierta. No me ofendo cuando una cita claramente (y con respeto) está explorando un terreno nuevo para él. Puede ser una experiencia emocionante y una oportunidad de crecimiento para ambos.
También me siento mucho más cómoda hablando sobre mi género. Ya no es algo que me cause ansiedad: simplemente es parte de quien soy. Y en una sociedad que quiere que personas como yo seamos invisibles, proclamar mi identidad en voz alta no solo me protege, también obliga a los demás a reconocer mi existencia.
Si un chico parece perdido, simplemente le pregunto: “¿Has estado con una mujer trans antes? ¿Sabías que yo lo soy?”
“En mi mente, toda la sala lo rechazó por sus comentarios llenos de odio. En la realidad, lo que pasó fue... nada.”
Lo menos satisfactorio es darte cuenta de que no hay una sola cosa que pueda hacer para asegurarme de que mis citas sepan que soy trans antes de vernos. (Lamentablemente, muchos hombres cishetero son demasiado flojos o están demasiado llenos de privilegios como para tomarse la molestia de investigar un poco sobre su match antes de salir). Y eso significa que tengo que mantenerme alerta. Después de experiencias como la de Matthew y muchas otras historias de terror, mis instintos ahora están en modo de alerta constante.
Antes de que siquiera empiece la primera cita, ya tengo una ruta de escape planeada. Llegó temprano para hablar con el personal del restaurante y hacerles saber quién soy y que estoy esperando a un chico para cenar. Cuando la conversación se dirige hacia el tema trans, mantengo el contacto visual, observando cada expresión facial. Me volví experta en detectar señales de fetichización, miedo o rechazo. Si alguien frunce los labios, cruza los brazos o piernas, o se aleja físicamente, casi puedo escuchar las sirenas de alerta. Y entonces, me voy. He hecho de todo: desde ir al baño y pedir un coche, hasta desaparecer sin decir nada o inventar que me dio una diarrea explosiva. La seguridad lo es todo.
¿Es esto lo ideal? Obviamente no. Pero me gusta pensar que al compartir mi historia, estoy ayudando a que otras personas eviten pasar por situaciones dolorosas o peligrosas como las que yo he vivido. Hablando de eso, Matthew volvió a aparecer después de que hice pública mi salida del clóset. Pero no fue para pedirme disculpas ni porque hubiera cambiado de opinión. Superó su “mayor miedo” solo para pedirme consejos sobre cómo hacer crecer su presencia en redes sociales. Lo bloqueé de inmediato. Otra vez.