¡Tubo, tubo! Cómo fue mi primer -y único- show en un table en CDMX

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Corría el 2014, no, menos, 2016, la verdad ni me acuerdo, solo sé que fue hace unos años cuando en plena date en un restaurante en San Ángel en Ciudad de Mexico se puso sobre la mesa la propuesta: “Vamos a un table”. De mi parte, aunque no lo creas. Antes de que pienses “WTF” -sé que lo harás de todas formas-, me limitaré a exponer cómo sucedieron los hechos, porque si bien me llegué a preguntar en varias ocasiones qué tanto pasa en ese tipo de tugurios, la verdad es que no quería que me contaran (mentiras) y tenía el pretexto perfecto: sacarle provecho a mis clases de pole. Si bien pude ir a la habitación de un motel que tuviera tubo, mi lado exhibicionista pudo más. Tercera llamada, comenzamos.

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Al llegar a la entrada de aquel table sobre Insurgentes no podía creer lo que estaba a punto de hacer. La primera vez de cualquier situación siempre impone, pero hay veces en las que se trata de una obligación o requisito; esto en cambio era algo que había decidido después de haber bebido una botella de vino espumoso, a la cual no culparé jamás. Creí que el reto empezaría en el momento en el que estuviera en la pista, sin embargo desde el ingreso al lugar fue una odisea. Es raro que el cadenero permita el acceso a féminas. Así que sin tanto rodeo, mi partner in crime le dijo: “Quiere bailar”. Después de una barrida, le llamó a su gerente y cinco minutos más tarde nos decía “Bienvenidos”.

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Lo que me molestó de sobremanera -que jamás me perdonaré- es que no iba preparada; no pensé que mi debut iba a ser en jeans con un suéter de cuello de tortuga y booties. Todo mi outfit gritaba “amateur”, “¡sáquenla!” sin siquiera haber puesto un pie en la pista. Me sentía como Violet Sanford (Piper Perabo) en Coyote Ugly, como Andie Sachs (Anne Hathaway) en Devil Wears Prada, como Elle Woods (Reese Witherspoon) en Legally Blonde como conejita en una fiesta que no era de disfraces. Vaya, ¡en mi caso lo que hubiera dado por ir como conejita! Adiós al poco terreno ganado por ir de acuerdo a la ocasión, ni modo.

Nos acompañaron hasta nuestra mesa y para relajarme pedí una orden de papas a la francesa (mi snack favorito). Cuando me tocó hablar con el gerente, me explicó las condiciones para que pudiera subir a bailar. Parece que eso de las noches de aficionadas es una leyenda urbana. Lo dijo directo sin titubeos: 1) Mínimo dos canciones. What? Primer glup. O sea, ya me salían algunos giros, pero no tenía toda la coreografía de clase bien aprendida como para cubrir una canción completa. ¿Y en la siguiente qué me iba a inventar? 2) Fuera prendas. Otro glup. Entendía perfecto que te tienes que ir quitando poco a poco la ropa, ¿pero se vale quedarse en underwear? Afortunadamente sí. El último glup me lo provocó ver a las pros en acción. “Baby Jesus, apiádate de mí”.

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Luego de ver a varias contorsionarse al ritmo de clásicos como November Rain (vaya que les gusta esa canción), me pidieron que fuera a la cabina para que programaran las mías. OMG. It’s happening. El señor que estaba ahí me veía entre escéptico y con ganas de reír. Justo lo que necesitaba. “Don’t Cha y Erotica, pero la versión del The Confessions Tour”. Y cuando estaba a punto de retirarme, escuché: “Te toca en tres turnos (seis canciones). ¿Con qué nombre te anuncio?”. Excuseeee meeee? “¿Todavía se hace la presentación?” Siempre me habían chocado esos AKAs que te cuentan: Rubí, Kassandra, Roxy, Deyanira, Xiomara, Zulema, en fin, y ahora por fin iba a tener el mío. CHA-LE. Bromeando con una amiga -hace mucho tiempo- ya habíamos escogido nuestros nombres de bailarinas exóticas. El mío era… Tentación. Ríete, que de eso se trata. “¡Anotado!”.

Llegó mi turno con la buena noticia de que no todos ponían atención. Mucho menos vestida como estaba. Por supuesto que no dejé que los nervios me invadieran; “imagínate a todos en ropa interior”… Mala idea, mejor no. La mayoría de los hombres que estaban presente eran dones o señores por arriba de los 40 y muy pocos chavitos que quieren ver de qué va ese mundo. Me costó quitarme el suéter, no por el pudor sino porque un cuello de tortuga lo complica todo. El truco era desprenderme de mis prendas lento, demasiado lento. Al quedarme en bra ya llevaba media canción (ganando como siempre), aunque los espectadores estaban a punto de iniciar una rechifla.

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Cuando me quité los jeans por fin pude hacer buen uso del tubo, los ánimos cambiaron. Sin embargo, la gratitud se quedó en eso. ¿Por qué no me llovían billetes? Me sentí decepcionada. Según lo que recuerdo, ni a las otras chicas les dieron. Parece que lo que vemos en las pelis nada tiene que ver con la realidad. También terminé con calambres porque obvio no calenté en absoluto. Pero lo que más me sacó de onda fue la pobre respuesta de mi acompañante. ¿A qué date no le emocionaría tener una cita así (distinta, atrevida) aunque el desempeño no fuera excelente? Ingenuamente esperaba que hiciera la finta de ponerme un billetito para la honra, na-da. Que quede claro, le iba a regresar su dinero al terminar la velada.

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