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Amo hacer trabajo encubierto; me siento sexy e intrépida, como si fuera parte de los Ángeles de Charlie. La misión que acepté en septiembre de 2017 fue adentrarme en el mundo del “azúcar». En un principio pensé: “Ya estoy vieja. ¿Qué hombre va a querer convertirse en mi sugar daddy (SD)?”. Pues para mi sorpresa, hubo varios interesados. Incluso no todos resultaron ser los cincuentones que esperaba, unos estaban en sus treinta (como yo). El que él o ella (porque las sugar mommies también existen) sea más grande que su protégée ha dejado de ser un requisito.
Las cosas han cambiado, aunque no todas para bien. Ahora en el mundo del sugaring, además del empresario o dueño de una compañía familiar, el VP o director de una trasnacional, encuentras también al emprendedor que espera que su app se convierta en el próximo Snapchat o al godín promedio que cree que da el ancho para proveer o consentir cuando lleva diario su comida en tuppers a la oficina, que comparte depa con tres roomies o todavía vive en casa de sus papás. Sin ofender, pero así como cualquier otra sugar baby (SB), lo canto al más puro estilo de TLC, I don’t want no scrub.
Nadie dijo que seleccionar prospectos sería tarea fácil. Llega a ser complicado y tedioso. Para mí, una regla básica e indispensable es que el candidato me parezca atractivo. En general, los daddies locales tienen poco o nada que ver con apuestos y exitosos doctores, abogados o banqueros de Wall Street que pude ver cuando cambiaba por curiosidad mi ubicación en la app Seeking Arrangement (hoy Seeking). Mientras que en Nueva York o Los Angeles las chicas pueden aspirar a un SD con el perfil de Harvey Specter, aquí es casi imposible. La búsqueda implicaba una constante frustración.
Los looks representaban un fuerte turn-off (porque imagínate el martirio de pasar tiempo con un SD que te repugne), pero nada tan decepcionante cuando, sin importar su alto poder adquisitivo, ves que les cuesta desembolsar dinero, que no están “all in”. Muy de la mano la errónea creencia que tienen los que se postulan como SDs, de que una SB es una escort o una prostituta. Es tan inexacta -por no decir equivocada- y hasta patética al dar por hecho que la dinámica consiste en pagar por sexo. Oh, sí, para muchos es importante que cada cita termine forzosamente en la cama. Luego de preguntarme hasta el cansancio “¿qué incluye?”, el comentario que de manera constante recibía era “Una rusa/eslovaca buenísima, mejor que tú, me cobra menos”, a lo que siempre contesté: “Dude, bien por ti, págale a ella entonces y déjame en paz”. Perdón, pero si como sugar baby quiero tener una ardiente sesión (que por supuesto ha pasado), es una decisión personal no una obligación.
La situación para las sugar babies está así de jodida en CDMX porque falta información respecto a esta práctica o side job. Se trata de un convenio en el que ambas partes ganan, un win-win. Mientras que para la SB se traduce en un beneficio económico, para el SD es salir con alguien que le gusta para construir una muy buena relación a largo plazo, como si fueran novios… ¡pero sin los malos rollos que involucra serlo de manera oficial! Pura diversión, nada de que le demanden tiempo o le hagan dramas. Esto le funciona perfecto a aquellos hombres que no buscan un compromiso ni rendirle cuentas a nadie, pero que quieren disfrutar de una excelente compañía y compartir momentos increíbles con ella.
En la marcha aprendí que existen distintos tipos de acuerdos. Unos pueden ser platónicos, aunque muy pocos hombres aceptan que no haya relaciones sexuales, mi primer SD lo hizo. Otros incluyen un mantenimiento mensual, siendo estos los menos comunes y más difíciles de conseguir. Luego están los “regalos”, entre viajes y el shopping, que por desgracia se quedan cortos cuando te tienes que conformar con una invitación a Acapulco, a comprar ropa en Zara o bolsos de Betsey Johnson. Por último, aquellos que involucran una inversión, red de contactos o el mentorship, que por lo general pasan inadvertidos. Llámenme exigente/“picky” o malagradecida, pero la realidad es que el sugaring en México deja mucho que desear. Yo me veía viajando cada mes a Bali, Fiji o cualquier otro exquisito destino y en cambio tuve que estar rogando para que se complacieran mis deseos. Spoiler alert: No me cumplieron. Mucho bluff, demasiada pérdida de tiempo.
Ahí no terminan los obstáculos. El máximo enemigo con el que me he tenido que enfrentar como sugar baby -peor que el “tienes que c*ger conmigo” es la constante pregunta que atormenta al SD en cuestión, que hiere su ego y tambalea el equilibrio o tranquilidad que tanto tardamos en lograr: “¿Estás conmigo solo por mi dinero?” B*tch, please. ¡Claro que sí! Pero no es la única razón. Importa la química, sentirte cómoda. No es que haya tenido un montón de SDs, pero tres me bastaron para confirmar que el reto no es mantenerlos entretenidos o clavados, es evitar que se enamoren. En serio, que florezcan sus sentimientos hacia ti es lo peor que puede pasar. En este caso, el amor lo jode todo por una sencilla razón: “‘Cause we are living in a material world, and I am a material girl”. Amén, Madonna.